jueves, 8 de julio de 2010

Encierros

Las calles se ven iguales esta noche fría de un 6 de Julio de 1989. Los peatones y choferes de vehículos diversos recorren las calles de Buenos Aires indiferentes a lo sucedido esa tarde. Rodolfo se extraña ante un sentimiento de alivio y de tristeza. Se sumerge en la nostalgia de pensar que a nadie le importa. Mira a través de sus anteojos con rabia a los transeúntes de vidas cotidianas desde ese balcón del piso 7.
Se escuchan las noticias del televisor como música de fondo hace aproximadamente una hora mientras deja que se consuman solos un cigarrillo tras otro. Pasan las horas y no puede dormir, siente que en cualquier momento lo vienen a buscar. Se sienta en el sillón roto y duro del viejo departamento de su madre muerta, al cual solía ir los fines de semanas, y observa su alrededor iluminado solo por la luz azul del televisor que seguía pasando las noticias. Ropa tirada por toda la habitación, un escritorio es el protagonista de la sala, no por su belleza sino por su desorden. Repleto de esas cosas que uno trae de la calle y nunca se decide tirar. Papeles, documentos y miles de libros se asoman desde un maletín viejo y a un costado estaba el libro. Su tapa blanda de color negro asomaba la cabeza de una serpiente, que enrollaba una hermosa rosa roja, amenazada por la espada que blandía un fénix. La imagen bizarra lo destacaba del montón de libros serios que solía leer habitualmente. Lo agarra y se dirige al bar de la esquina que estaba casi vacío por ser día de semana. Pide una botella de ginebra y sentado en esa cómoda silla de cuero lo investiga. Una rosa seca era usada como señalador. En ese instante sonríe. Ella era delicada y femenina hasta en su manera de leer. Entre trago y trago va perdiendo lucidez.

Parece de noche pero no lo es, tampoco se sabe si es de día afuera. Es el tiempo del no tiempo el espacio del no espacio. Rodolfo esta derechamente sentado en una caja de madera negra, mira hacia delante como si no observara nada pero a mismo tiempo lo mirase todo, esa cara que la gente suele poner cuando viaja en colectivo y mira por la ventanilla a la gente pasar. Aparece Jimena vestida con un vestido simple de color verde agua, lo único de color en esta sala oscura. Ella, de pelo castaño claro y de mirada penetrante por unos ojos grandes a razón de una nariz pequeña y fina, oscilaba entre una expresión muy fría y otra piadosa. Manteniendo distancia lo interroga:
- ¿Por qué lo hiciste?-
Rodolfo serio la mira por primera vez y le responde fríamente:
- No lo se.-
-¿Nunca lo pensaste?-
Al borde de la desesperación Rodolfo no le quiere gritar pero lo hace: -¡No lo se! Y aunque tuviera una respuesta ¿Qué es lo que buscas? Ya nada puede ser cambiado, las cosas son como son.-
Se aproxima un poco más y sentada en el suelo le habla con una voz más bondadosa:
-Solo intento entenderte. Intento saber como mi vida pasó a estar en tus manos en tan solo unos segundos. Como te convertiste en la persona más importante de mi vida.-
-Gracias por el honor. Pero me parece algo extraño que me consideres como tal. – Un momento de reflexión lo detiene unos segundos - ¿Te podes ir…? Tu simple presencia me tortura.-
-Sabes que podría hacerlo si realmente quisieras, sabes que es lo que yo mas quiero en este mundo pero decime ¿Es hora de que me vaya? ¿O hay que algo no te deja?-
Segundos de silencio, llenos de respuesta atraviesan el espacio tenso que los separa.
Él ya quebrado al fin encontró su voz y le es sincero.
- ¿Y qué quieres que te cuente? ¿Que cada vez que cruzaba esa puerta deseaba estar muerto por culpa tuya?
-Pero si yo nunca te hice nada.-
-Exactamente… nunca, nunca me hiciste nada. Dudo mucho que alguna vez te hayas preguntado mi nombre, aunque sea por simple curiosidad. Sabes lo doloroso que era tener que verte todos los días, saber sobre tu vida, saber sobre tus gustos, saber cual era tu perfume favorito porque lo llevabas siempre puesto, saber tu color preferido porque lo usabas en detalles pequeños como tus aros color cielo, o recordar una opinión que hayas echo sutilmente y amarte por haber pronunciado tu voz, y que vos nunca te hayas fijado siquiera en quien era yo. Ni siquiera mi nombre. Un fantasma. Eso no más. Trasparencia inmunda que recorría los pasillos en busca de la nada, porque el cariño ideal que buscaba no existía, era nada.
Me acuerdo de la primera vez que te ví. Tan hermosa con aroma a pétalos de flor. – Lo dice con una leve sonrisa y una mirada esperanzada-. Llevabas puesto un saco azul y unos jeans gastados. Tan rodeada de gente pero destacada entre la multitud, quizás por tu sonrisa o la manera que tenías de mover las manos cuando hablabas.
Nunca fui alguien importante en tu vida, nunca fui alguien en tu vida. – Lo dice serio - Pero ahora que lo decís, es cierto, en un segundo me transforme en el más importante de todos. Soy inigualable. Y ahí estaré con vos hasta el fin de los tiempos.
Con cara sebera. La piedad parece que quedo olvidada
-Me tengo que ir…
-¡No ahora no te vayas! ¿Me dejas así?
-Tengo que irme vos me lo permitís, aclaraste un poco mas las cosas, tenes que descansar para despertarte.
-Nos vemos a la noche… Rodolfo…-
La mira sorprendido, entre un querer gritarle palabras de odio y querer abrasarla con la mirada, pero la sorpresa no lo deja moverse y en medio de la oscuridad desaparece. El sufre en silencio.

Esa tarde fría de un 6 de Julio de 1989. Rodolfo sale del departamento más temprano de lo habitual. Olvido su maletín adentro pero hoy no importa. Llega temprano al igual que Jimena quien prefería llegar primero que nadie para poder tomarse su café con medialunas mientras leía algún libro de ficción sentada en los cómodos sillones del salón común. Rodolfo abre la puerta mientras ella perfeccionaba su pelo recogido con sus manos y un espejo. Se acerca a ella quien lo mira como esperando una consulta. El se da cuenta que nadie emite ningún sonido.
En las calles de Buenos Aires la gente pasa por las veredas, un joven en bicicleta es perseguido por los ladridos de un perro negro, los chicos salen de la escuela y se dirigen a sus casas, los autos corren, y el sol va cayendo. En las infinidades de todos esos sonidos de ciudad nadie escucha los gritos vacíos de tres puñaladas y el ruido de un espejo que se rompe.